viernes, 19 de noviembre de 2010

~50

Suelen decir que la vida se compone de todos aquellos momentos que nos dejan sin aliento, que nos aceleran el corazón al doscientos por cien y hacen salir de su escondrijo a millones de mariposas que yacían escondidas en el fondo del cajón reservado a los sueños que todos tenemos, aunque a veces nos empeñemos en hacerlo desaparecer o en hacer creer al mundo entero que no existe en nosotros. Pero ahí está, y cuando menos lo esperes, ahí estarás en primera línea de batalla, desarmado y con el pecho descubierto. Acaparando besos robados de algún poema gongorino y deseando en silencio que nunca jamás termine lo que quiera que sea que estés viviendo. Y sentirás miedo, auténtico pánico. Todos sentimos miedo cuando nos enamoramos, hasta el ser más duro de la Tierra, y la niña más débil. Todos. Porque cuando sientes que sin esa persona el aire no pasaría a través de tus pulmones, que el aire se quedaría anclado justo a un milímetro de tu cara, sin transpasar la frontera, es normal sentir miedo. Porque sin esa persona una parte de ti muere al instante, una parte que jamás resucita. Lo que queres cuando estás con ella. Pero entonces, aparece, te sonríe, te da un beso tímido en la mejilla, y todos los miedos se esfuman con la facilidad con la que vuela una pluma en los dís de viento. Y es inevitable sacar la mejor de tus sonrisas y darle una patada a todos los miedos. Señores, eso es enamorarse. Es un concepto unido desde siempre al miedo. Miedo y vértigo. Pero también es felicidad en estado puro.



Y ¿sabes? Si no arriesgas, jamás ganarás.

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