jueves, 26 de noviembre de 2009

Carta I. Vuelve.

Y como ves aún sigo aquí, olvidándome de ti.
Desapareciste. En un punto extraño de la incierta realidad, no supe más de ti. Todas aquellas palabras que hacían estremecer cada parte de mí se las llevó el viento otoñal de Times Square. Y las hojas de los árboles cayeron de repente, haciéndonos resbalar en una espiral de lágrimas. Y echarte de menos se convirtió en una costumbre más, rutinaria y monótona, como comer o respirar a diario. Y las noches de Nueva York se volvieron absurdas y tremendamente drogadictas. El vodka dejó de escucharme porque decía que sin ti no le servía. Cambiaste de carril evitando coincidir conmigo. Y yo me convertí en un trapecista atribulado, temblando porque se le rompen las cuerdas frágiles como pompas de jabón.
El café de las ocho me decía que no ibas a volver y mi estúpido corazón se negaba a aceptarlo. Y así fue, no volviste, y no volverás jamás. Pero me recordarás toda tu eterna y vacía existencia, aunque el miedo a ser feliz que te absorbe te haga olvidar, porque en tu pecho siempre llevarás mi nombre tatuado. Y cada una de las lágrimas que he derramado por ti, te quemarán en la piel como el ácido más corrosivo. Ese solo es un pequeño precio a pagar por todo lo que recibiste y no valoraste.

Y como ves aún sigo aquí, olvidándome de ti. . Times Square - Nueva York. 21.53h. Vuelve.

lunes, 16 de noviembre de 2009

...

Sigo fantaseando contigo, lo admito. Cada día me veo obligada a pasar por la estación de tren donde te encontré por primera vez, donde empezó mi camino a la locura más extrema. Y no consigo controlar mis traviesos pensamientos que juegan a imaginarte bajando de un tren de esos feos y viejos, chocarte conmigo, ver como se te iluminan los ojos al verme, verlos sonreír, verlos verme llorar al darme cuenta de que el patoso que ha tropezado conmigo eres tú. No puedo evitar imaginarme escuchando como dices lo guapa que estoy, cuánto me echas de menos y todo lo que te arrepientes de haberme dejado (escapar) mientras aprietas fuerte mis manos, esas que un día recorrieron cada centímetro de tu dulce piel, esas que entraron en lugares que nadie había conquistado hasta entonces. Mientras te escucho decir todo lo que he pasado meses esperando oír, mi llanto se hace más fuerte; me abrazas, me dejo abrazar; me besas, me dejo besar. Y sólo entonces soy capaz de reaccionar y te grito (entre sollozos de niña pequeña) que no tienes derecho a volver ahora y cantarme toda esa canción de película romántica-adolescente, no ahora, no cuando he conseguido rehacer mi vida sin mi jodido combustible autodestructivo, no ahora que otro combustible me hace feliz. No ahora que me has demostrado que no te importó verme sufrir, verme hundida, ver que no podía salir de ese puto agujero negro que era tu ausencia, ver que no querías saber nada de mí, después de todo. Llegas tarde, cariño. (como siempre).

Y en ese punto descubro que todo es, un día más, una ensoñación, porque jamás sería capaz de decirte todas esas verdades… y ¡qué demonios! Porque jamás volverás a bajar de un tren en esta maldita ciudad y si lo haces, yo no estaré allí para verlo.


* Hubiera dado mi vida por un día más a tu lado. Ahora ya no doy nada. Tú elegiste. Sé feliz, querido. Ahora fumo a tu salud.

martes, 3 de noviembre de 2009

La chica de los ojos tristes


-¿Siempre eres el primero en todo o solo te empeñas en serlo con los coches y conmigo?- Kira habló y esbozó una sonrisa burlona, sin dejar de mirar los ojos de Josh,
esos ojos verdes que la volvían loca y la ataban al mundo como ninguna otra cosa.

-Lo de los coches me viene de serie… Y bueno contigo, el problema es que tus novietes eran unos sosos y no sabían tratarte como realmente mereces.- Y Josh, encendiendo un cigarrillo volvió a dejar sin palabras a la chica de los ojos tristes.

Pero los ojos de Kira cada vez estaban menos triste porque Josh, el chico del segundo A, macarra del barrio, el eterna pesadilla de la policia municipal, el chico más cariñoso del mundo, le estaba robando el corazón y los suspiros de par en par.
Y Josh por primera vez en su vida ya no pensaba en mantener su imagen de soltero de oro y eterno deseado, solo quería seguir viendo atardeces amarrado a la cintura de aquella chica, de la que algún día averiguaría el por qué de la tristeza de sus grandes ojos negros.