lunes, 25 de mayo de 2009

Un día más.

Todo es estupendo. Sales, llueve, te mojas. A pesar de todo, decides no dejar que el tiempo te borre la sonrisa y el optimismo tan raro en ti. Sigues andando, tu dolor de cabeza, que al contrario que el optimismo, siempre está presente ultimamente, va en aumento. Te cruzas con la estúpida de tu vecina y con su falsa sonrisa. Empiezas a perder la tuya, y ¿por qué no? también la paciencia. El optimismo hace unos cinco minutos que se ha largado y ya no te esfuerzas en sonreír. Paras en seco mientras la lluvia te sigue empapando y los coches te están poniendo perdida de barro. Y, entonces, te das cuenta de que el día es igual de malo que el anterior; será culpa de los malditos recuerdos que ultimamente no dan tregua y hacen que te falte el aire y que crezcan tus ganas lo romper a llorar. Ganas que te aguantas por orgullo. Al fín, un día más, aceptas y admites, con resignación, que te hace falta, que lo echas más de menos de lo que jamás hubieses imaginado y vuelves a tu habitación a esperar, a sabiendas que nunca pasará, que decida volver.




- Acostumbrándome a la historia de largarme sin llorar.

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