lunes, 25 de mayo de 2009

Pasó el tiempo, curando heridas abiertas. Lo que nunca imaginó posible, estaba ocurriendo. Ya no sufría por él, ya no le dedicaba tiempo de su pensamiento. Volvía a sonreír, con ganas, sinceramente. Superado al fin, empezó un nuevo camino, primero sola, más tarde, con otra persona. Todo tan perfecto, todo tan real, tan excitante, tan especial… era imposible no ser feliz así. Pero la felicidad tiene ese don de lo efímero. Y se marchó, tan progresivamente, que ni ella supo qué ocurría. Tan poco a poco, que ni ella supo aprovechar los últimos minutos que le dedicó con tanta entrega. Tal vez esa entrega fuera provocada por la pasión del que sabe que es la última vez, pero ella no lo imaginó. Y de repente, se volvió a ver rodeada de recuerdos, de nostalgia, y melancolía. Ahora, justo ahora, que había olvidado el sabor de las lágrimas y el sonido de sus propios sollozos… él se lo volvió a recordar, como le hizo recordar tantas otras cosas en el tiempo que pasó junto a ella.


Ahora todo daba igual.

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